Mamá:
Desearía que los días pasaran rápidos
y saltaran por alto del calendario, la próxima Navidad. Nunca te gustaron estas
fechas y ahora quizás comprenda por qué. Viviste otras Navidades en tu pasado
que te llenaron de felicidad y la ausencia de los seres queridos que se
iban marchando con los años, fueron
enturbiando esos días de gozo familiar. Aunque te repusieras con tu “segunda familia”, que fueron mis hijos
y tus otros nietos, ese vacío no logramos llenarlo ninguno. Cómo el vacío que a
mi me supone tu ausencia y que a pesar de que
vinieran años de bienestar, nadie
llenará jamás mamá.
Me vienen a la memoria de forma muy
lejana aquellas primeras navidades de mi vida
con los abuelos, donde nos reuníamos todos para la cena de Navidad y de
la que solo guardo el recuerdo de aquel hermoso
pollo relleno que el abuelo criaba en la estación de Villalba y tú
cocinabas para aquella ocasión tan especial. Siempre disfrutaba de los
preparativos pero nunca llegaba a los postres, el sueño de la niñez me vencía y
era mi hermana Gracia la que pasada la nochebuena me hacía tener el deseo de lo que nunca llegaba a comerme.
Se
me enturbia la memoria y no logro tirar del hilo de mis recuerdos, solo saltan
flases donde
te veo poniendo tu mejor
mantel y oigo la risa de papá contando “chascarrillos” con el abuelo
y veo la
vajilla de porcelana de la abuela con los filos dorados y una hermosa rosa roja
en el
centro, con la sopera llena de aquella sopa de albóndigas tan navideñas
para nosotros.
Años
después te veía llorar sin entender por qué cuando ya mis hermanos Juan y Aurelio se ausentaba por su trabajo o sus
novias, que ya iban tomando peso en sus vidas.
Mágico
me parecía aquel árbol de navidad que papá traía de alguna de aquellas
estaciones de la línea de Zafra, que mi hermana Dori adornaba con tanto gusto y
esmero. Yo la observaba pacientemente como iba poniendo uno a uno aquellos
adornos que guardábamos un año tras otros. Reponiendo de vez en cuando aquellas
frágiles bolas de colores, que se partían al menor descuido, que vendían exclusivamente en “El Metro”.
Aquel pino, en manos de mi hermana
Dori, iba tomando forma y color,
envolviendo de espíritu navideño nuestra casa. Me encantaba observar tumbada
boca abajo en aquel enorme sillón de
piel rojo que teníamos, el reflejo de
sus adornos y de sus luces intermitentes de colores en la pared, que se
me antojaban verdaderos personajes de mi fantasía navideña.
Más
aún, me gustaba, esperar la noche
de Los Reyes Magos dónde nunca nos dejaron regalos en el
árbol, por aquello de la tradición familiar. Siempre había que esperar a por la
mañana, dónde los regalos estaban al pie de la cama. Abrir los ojos y
encontrarlos no tenía precio. Tu te las aviabas para que todos tuviésemos
regalos, nunca pedíamos nada, nos encantaba la sorpresa, en la inocencia de
nuestra edad, dónde tú te encargabas de llevarnos al huerto, dándonos
pistas, según vuestro bolsillo. Nunca
por muy mal que hubiese estado la situación económica nos fallaste.
El
mejor regalo de reyes que recuerdo, para
mi, fue una muñeca de goma que te
dieron, juntando cupones del detergente, a la que mi hermana Dori le hizo unas
ropitas preciosas y tú me compraste el cochecito. Aquel olor a goma aún lo
guardo en mi memoria. Nunca os dije que os espiaba de noche viéndoos coser y
sabiendo la historia de los cupones por mi hermano Jorge, aunque mi fantasía de niña no acertaba a ver la realidad
y no entendí hasta tiempo después lo que quería revelarme. Más ilusión me hizo
que los reyes magos fueran mi hermana y mi madre.
Nos parecían maravillosos los juegos reunidos
y más aún los reyes de “escapailla” que llegaban ya pasado el día de reyes.
Recuerdo los pepones de Encarnita y la muñeca de cartón, así como los
costureritos y los platitos y tacitas que eran fieles a nuestra casa todos los
años. Aún recuerdo también, cuando un año, ya
más grandes mis hermanas, les pusiste unos pijamas estampados, lo habitual eran los camisones para las niñas, por lo
que aquello fue una novedad, pero
Encarnita lloró porque ella quería aún un juguete. Después todas las
noches se alegraba de su pijama tan bonito.
Nunca vi regalos para vosotros, ni grandes
espavientos gastronómicos, pero sin embargo, daría lo que fuera por volver a
vivir aquellas navidades de cuando éramos niños, mamá.
La
última nochebuena que viví con papá fue, tonta de mí, muy fría y triste. Lloré
toda la noche porque mis hermanas, después de la cena, se fueron con su pandilla y parejas, de club de navidad, como se llamaba
entonces a reunirse en casa de alguien que tuviera un sitio dónde montar una
especie de guateque y a mi no me dejasteis ir con mis amigos a lo mismo. Solo
tenía 14 años. Me imagino que os sentiríais como yo ahora cuando nos quedamos
solos con Julia, supertristes de empezar a intuir que el nido se va quedando
vacío. No dejé de llorar, por más
vueltas que me dio papá ya acostada. Igual que hacía cuando otras veces me
reñía y después se arrepentía e iba a verme cuando ya estábamos en la cama.
Hubiera dado mi vida al año siguiente, por haber pasado la Nochebuena con él y
que me hubiese venido a ver a mi cama.
Nunca me lo perdonaré.
Mi
memoria divaga en los años posteriores y no desea recordar, hay un vacío que
jamás nadie, ni la llegada de mis hijos, llenaron. Fue la
ausencia inesperada de papá.
Es otra esta ausencia tuya, mamá. Aquella no me dejaba respirar, esta la
siento más en paz, la ubico, aunque no la acepto. Aún me siento muy niña, como
con papá, para tu abandono.
La
luz y la alegría navideña nos llegaron
de nuevo con tus nietos, mis sobrinos y mis hijos. La ilusión por ver sus caras
felices, cuando eran chicos y más tarde porque eran ellos los que nos
trasmitían esa alegría de vivir y esa felicidad. Como olvidar
tu tresillo nuevo en tu salón reluciente, lleno de juguetes para tus
nietos, aún pequeños y más tarde para mis hijos. Aquellas caras eran el
fiel reflejo de la inocencia y de la ilusión.
Nuestra
navidad empezaba con el teatro que preparaba mi hermana Gracia en su colegio
“Manuel Siurot”. Que les gustaba a ellos y a ti que fuéramos y más aún cuando
tus nietos Gracita y Nacho y los de mi
hermana Encarnita, alumnos del Siurot,
ya participaban. Igual nos pasaba con la actuaciones de mis hijos en su
colegio, por nada del mundo te las perdías, aunque tuvieses que ir a rastras.
Que
le gustaba a Mari Tere que la mandaras
por la primera caja de mantecados a casa de nuestra vecina Rosarito Cera, la
traía si poder tirar del peso, pues la caja era más grande que ella. Igual que
hacía de niño tu nieto José Carlos, que veía llegar el pedido y gritaba calle
abajo la llegada de los rosquitos de vino y las hojaldradas. Ahora abrimos la
temporada a finales de octubre, con los primeros fríos, con los surtidos navideños de Pepín,
que tanto te gustaba repartir.
Ya
el día de la entregas de notas montábamos la primera merienda navideña, pues
siempre dijiste que la recompensa del trabajo y del esfuerzo había que
celebrarlo. Comenzaba así los días tan entrañables de la navidad alrededor del
árbol que ahora montaba yo con mis hijos para la Purísima y que Rogelio traía de la sierra en vez de
papá. A esto le seguía el preparar
con esmero tus christmas, escritos por ti con todo tu
cariño, para tus hermanos e hijos sin olvidar a la tía Paca. Retenías en la
memoria muchísimas cosas impropias ya de tu edad, pero sin embargo, siempre
necesitabas la ayuda de tu hermana Mari para recordar direcciones. Te ponías
tan nerviosa, que no dabas con la agenda que tenias para esos menesteres y era
más fácil para ti pedir ayuda a tu hermana. Al final la agenda siempre estaba
donde, ya pasados aquellos días, sabías que estaba. Siempre recordaré tus
letras mayúsculas, temblonas por la edad en los últimos años, pero muestra
impecable de la grafía de principios del siglo xx, de pluma y tintero.
Desde
muy pequeño a tu nieto Rogelio, le encanto adornarnos la casa en navidad, Con los dinerillos que tú le
dabas, buscaba aquellas primeras tiendas de los 20 duros y compraba de todo.
Aumentando cada año en ovejas y
animales, nuestro humilde belén, con los que jugaba, a modo de play
móvil, todas las vacaciones. Nos la ha
adornado hasta hace muy poco, en plan americano, hasta la fachada de la casa,
con luces y campanas que aún guardamos.
No se si lo dejaré este año poner las campanas
en el balcón que anuncien que llega a
nuestra casa el espíritu navideño, pues no nos falta el deseo de que haya paz
en el mundo, bienestar e igualdad para todos. Este año viendo el panorama
nacional, más que nunca. Aunque todo
ello me recuerde aún más tu ausencia.
.
No
oiremos tu crítica a la hipocresía de
los que creen en la navidad y no se
limitaban más que a la buena mesa, adornos y regalos, sin compartir con el
prójimo o cuando decías que esa Navidad de luces y publicidad era un invento
que humillaba más al que no tenia recursos. "No hay nada peor que una navidad
con el bolsillo vacío, pero peor aún si te falta algún miembro de la familia", decías.
Este
año nos falta las dos cosas mamá, pero no vamos a dejar que nos invada el
derrotismo y buscaremos otros planes alternativos, como habrías hecho tú. Al
fin y al cabo, necesitamos más que nunca que Jesús siga redimiéndonos con su
nacimiento en este mundo sin cordura.
Este año tampoco habrá una lista de tus
“necesidades”, para poder orientar a tu amigo invisible en tu regalo la noche
de Reyes. Enrique no te traerá tu
roscón. Yo pasaré de largo por los
estantes de bombones, dátiles, pan de
higo, conguitos, nueces y fruta escarchada.
No
habrá christmas de tu puño y letra dedicados, ni intentarás averiguar que hay
dentro de los regalos de todos alrededor del árbol, ni abrirás con impaciencia
los tuyos, ni querrás comer antes de que
estuviésemos todos listos para la cena, como un niño que no tiene espera. Pero
seguro que tu espíritu inundará nuestra
casa y estarás aún más presente que nunca, anunciándonos ya cada año de
nuestras vidas, que llega La Navidad.
Feliz
Navidad para ti también este año, mamá. Seguro que lo celebraras de otra forma,
ahora con los tuyos tanto tiempo ausentes. Así quiero, deseo y necesito
creerlo.