viernes, 23 de noviembre de 2012

CARTA 19: ".......SIEMPRE HABRÁ FLORES PARA TI"







Mamá:
 Hoy 3 de noviembre, hace cuatro meses que nos dejaste. Mientras más cuento el tiempo de tu ausencia, más me alejo de ti y más te vas tu alejando de nosotros como barco a la deriva que va sin rumbo, perdido en el abismo de los mares.

 Pasamos los Santos y difuntos que tanto temía  que llegasen, pues no sabía con que dolor me enfrentaría a celebrar esta festividad, que no era la tuya.

Tus nietas Mª Tere (con ella no te faltarán nunca  unas flores que alegren tu nueva morada)  y Gracita Ávila, cumplieron con la tradición  de no olvidar a nuestros difuntos y sacaron brillo al portal de mármol de tu sepulcro recién estrenado, que compartes ya con papá y los abuelos, dándoos calor familiar en  la frialdad y el silencio de la muerte.
Un ramo con siete rosas rojas, una por cada uno de tus hijos, te mandó tu hija Gracia, con todo su amor y el nuestro, a sabiendas de que no servirán de consuelo, solo de aplacar  el dolor, como deber cumplido, para no olvidarte jamás. Tomando  más valor aun  viniendo de ella, que nunca consideró necesario cumplir con esta tradición.
En honor tuyo, de papá y de los abuelos, tus Pinto Guerra os han llevado un centro floral también de rosas rojas, que le han dado esplendor, junto al ramo de rosas, al sepulcro, pareciéndonos el más bonito de todo el campo santo. M Tere se esmeró pensando en tus gustos y exquisiteces, donde en todo te gustaba lo mejor.  Estarás contenta de ver que no hemos olvidado a los abuelos y a papá, a pesar de que ya no estas tú para recordádnoslo.
 En casa pusimos un altarito, como hacia la abuela Encarna con sus santos y sus mariposas encendidas, que a ti nada te agradaba, te daba demasiado respeto. Decías que a los difuntos había  que dejarlos tranquilos, pero yo se que era la forma de disimular tu dolor y no dar cuenta de tu sensibilidad, haciéndote la fuerte y  ocultándonos ese lado espiritual que todos tenemos y que en tu último día tan claramente nos enseñaste, viéndote en el fin más humana que nunca. Y porque en el fondo te asustabas de ti misma, con ese poder que sabias que tenias.  Perdóname mamá pero necesitaba hacerlo.

 No me conforma la llegada del invierno sin ti, al abrigo del brasero, en tu sillón, con tu  bata y zapatillas nuevas para recibir a los primeros fríos,  pues el otoño siempre se queda poco tiempo entre nosotros por estas tierras, dando  paso al invierno impaciente que no tiene espera.
 Este año, el otoño, nos ha traído  consigo  esta bendita lluvia  tan necesaria, que me recuerda  como siempre pronosticabas que morirías un día de lluvia, para ti tan molesta y que te hacia sentirte tan mal, trayéndote con ella dolores y malestares que te recordaban los años cumplidos. Por una vez no acertaste en tus pronósticos.

 Las primeras verdinas no tardarán en salir, adornado de invierno nuestros patios. Cuanto  trabajo nos dan en primavera, para que vuelva a relucir los brillos del sol sobre las paredes blancas que le dan luz a nuestra casa.



Nunca tuviste pereza y desde bien temprano, antes de irnos al colegio cuando éramos niños,  ya te oía trajinar preparando tu cal que hervía en aquellos barreños de cinc. Todo un ritual de cal, añiles y agua que le daban una luz especial a la casa. Encalabas, sembrabas y preparabas tus macetas, mientras cuidabas de la olla que hervía para darnos de almorzar a todo un regimiento y de otras tantas tareas.
Aquellos sábados, cuando era niña, donde te recuerdo subida en las escaleras sacándole brillo a tu cocina. O en la pila, antes que tuviéramos la primera lavadora, haciendo la colada a mano. Me encantaba jugar en los barreños ya quietos del agua del enjuague, imaginando que eran lugares maravillosos de príncipes o princesas. Como me gustaba ayudarte a torcer la ropa, o jugar entre las sábanas tendidas, bajo la sombra del “siempre verde” con sus  pequeñas flores blancas, con las que mis hermanas hacían collares. O del madroño, cuyas semillas vendíamos como habichuelas, cuando jugábamos a las casitas.
En ese patio también jugábamos a los teatros, con los demás vecinos, cuyos guiones, vestuarios de papel  de seda y escenarios inventaba mi hermana Gracia, que siempre fue tan imaginativa, con sus amigas las hermanas Gálvez.
Aún recuerdo los versos  y las frases que nos aprendíamos ( Margarita está linda la mar…….Con cien cañones por banda, viento en popa a toda vela……”mamá yo quiero ser payaso”. Famosa frase que se hizo popular por la incorrección de la actriz, que no hubo forma de enseñarla a decir payaso ) Con los que teníamos tanto éxito entre los niños del barrio. ¡Llenábamos el aforo de nuestro patio!

Te recuerdo también en aquellas horas de la siesta en los que con tanta impaciencia vigilábamos el congelador de nuestro primer frigorífico, para ver si ya estaban cuajados los helados caseros que tú nos hacías, con aquellos sobrecitos con olor a vainilla que traía papá del economato de la RENFE. 
O las sesiones de tarde en nuestro primer televisor, primero también en el barrio, donde todos expectantes veíamos aquellas primeras series televisivas, si las interferencias nos lo permitían, sentados en el suelo siempre limpio y escamondado, buscando el frescor, mientras comíamos pipas o chocolate del Gorriaga. O aquel que traía marcado una máquina de tren, con sabor a chocolate negro. Que rico me sabía también aquella carne de membrillo que venia en aquellas cajas de lata, que la abuela usaba después de costurero.
Siempre te recuerdo trabajando, activa, viva…..repartiendo y dando. No se como tienes paciencia de estar tan quieta ahora.


Te recuerda también este frío,  que  nos obliga a buscar  el abrigo, la bata y el pijama  con más tomo, el edredón de plumas que tan poquito  te gustaba, porque tú medias el calor en peso, nada para ti como tus mantas.
Aún recuerdo que lavar todas las mantas a finales de esta pasada primavera,  fue la última tarea doméstica que hicimos juntas: “esas mantas hay que guardarlas limpias para el próximo invierno”, decías, sin saber aún que no habría más inviernos para ti y que los nuestros ya nunca serian los mismos.
Nos quedamos  tú  y  yo con la gana de estrenar ropa de camilla, que ya tocaba renovar. Pero no pudo ser. Lave y planché primorosamente, como harías tú, y de nuevo nos viste el salón, dando calor a nuestro hogar. Las circunstancias nos obligan a remendar  de viejo, algo que tú detestabas.

La secadora despertó de su sueño estival y ya trajina sin parar,  a pesar del temor al maldito y siempre temido recibo de la luz. No quiero pensar que contigo se nos fuera, la calidad de vida y el bienestar y ando siempre temerosa de los extras, como si no tuviera ya bastante con tu ausencia. Siempre hiciste posible lo imposible y yo quiero aprender de tu escuela. La circunstancia familiar y la temida crisis, no nos pueden hacer zozobrar y quito de allí y pongo de allá, para que no nos falte, como siempre decías: “el calor de un buen  brasero, ni una buena  ducha, ropa limpia  y por supuesto  que siempre estén calientes nuestros estómagos”.






Como si nada hubiese pasado, llegaron los primeros dulces que anticipan la próxima Navidad y a pesar de no quererlos, castigando nuestro gusto sin  placeres, me acorde de la ilusión que te hacía sacarlos en las sobremesas, cuando todos nos reuníamos en estos puentes otoñales. Julia se recrea en ellos y nos pregunta ¿Quién se comerá  los de frutas escarchadas que tanto le gustan a la abuela????.......No quiero ni pensar que  tendrá que llegar la Navidad……



1 comentario:

  1. Muy emotiva...una madre nunca se va eternamente...una madre tiene el lujo de permanecer siempre en nuestro corazón....nosotros nos quedamos con el privilegio de sus buenos recuerdos,que son el alimento de la familia!!

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