Mamá:
Hoy 3 de noviembre, hace cuatro meses que nos
dejaste. Mientras más cuento el tiempo de tu ausencia, más me alejo de ti y más
te vas tu alejando de nosotros como barco a la deriva que va sin rumbo, perdido
en el abismo de los mares.
Pasamos los Santos y difuntos que tanto
temía que llegasen, pues no sabía con
que dolor me enfrentaría a celebrar esta festividad, que no era la tuya.
Tus nietas Mª
Tere (con ella no te faltarán nunca unas
flores que alegren tu nueva morada) y
Gracita Ávila, cumplieron con la tradición
de no olvidar a nuestros difuntos y sacaron brillo al portal de mármol
de tu sepulcro recién estrenado, que compartes ya con papá y los abuelos,
dándoos calor familiar en la frialdad y
el silencio de la muerte.
Un ramo con
siete rosas rojas, una por cada uno de tus hijos, te mandó tu hija Gracia, con
todo su amor y el nuestro, a sabiendas de que no servirán de consuelo, solo de
aplacar el dolor, como deber cumplido,
para no olvidarte jamás. Tomando más
valor aun viniendo de ella, que nunca
consideró necesario cumplir con esta tradición.
En honor
tuyo, de papá y de los abuelos, tus Pinto Guerra os han llevado un centro
floral también de rosas rojas, que le han dado esplendor, junto al ramo de
rosas, al sepulcro, pareciéndonos el más bonito de todo el campo santo. M Tere
se esmeró pensando en tus gustos y exquisiteces, donde en todo te gustaba lo
mejor. Estarás contenta de ver que no
hemos olvidado a los abuelos y a papá, a pesar de que ya no estas tú para recordádnoslo.
En casa pusimos un altarito, como hacia la abuela Encarna con
sus santos y sus mariposas encendidas, que a ti nada te agradaba, te daba
demasiado respeto. Decías que a los difuntos había que dejarlos tranquilos, pero yo se que era la
forma de disimular tu dolor y no dar cuenta de tu sensibilidad, haciéndote la
fuerte y ocultándonos ese lado
espiritual que todos tenemos y que en tu último día tan claramente nos
enseñaste, viéndote en el fin más humana que nunca. Y porque en el fondo te asustabas de ti misma, con ese poder que sabias que tenias. Perdóname mamá pero necesitaba hacerlo.
No me conforma la llegada del invierno sin ti,
al abrigo del brasero, en tu sillón, con tu
bata y zapatillas nuevas para recibir a los primeros fríos, pues el otoño siempre se queda poco tiempo
entre nosotros por estas tierras, dando
paso al invierno impaciente que no tiene espera.
Este año, el otoño, nos ha traído consigo
esta bendita lluvia tan
necesaria, que me recuerda como siempre pronosticabas que morirías un día de
lluvia, para ti tan molesta y que te hacia sentirte tan mal, trayéndote con
ella dolores y malestares que te recordaban los años cumplidos. Por una vez no acertaste en tus pronósticos.
Las primeras verdinas no tardarán en salir,
adornado de invierno nuestros patios. Cuanto
trabajo nos dan en primavera, para que vuelva a relucir los brillos del
sol sobre las paredes blancas que le dan luz a nuestra casa.
Aquellos
sábados, cuando era niña, donde te recuerdo subida en las escaleras sacándole
brillo a tu cocina. O en la pila, antes que tuviéramos la primera lavadora,
haciendo la colada a mano. Me encantaba jugar en los barreños ya quietos del
agua del enjuague, imaginando que eran lugares maravillosos de príncipes o
princesas. Como me gustaba ayudarte a torcer la ropa, o jugar entre las sábanas
tendidas, bajo la sombra del “siempre verde” con sus pequeñas flores blancas, con las que mis
hermanas hacían collares. O del madroño, cuyas semillas vendíamos como
habichuelas, cuando jugábamos a las casitas.
En ese patio
también jugábamos a los teatros, con los demás vecinos, cuyos guiones,
vestuarios de papel de seda y escenarios
inventaba mi hermana Gracia, que siempre fue tan imaginativa, con sus amigas
las hermanas Gálvez.
Aún recuerdo
los versos y las frases que nos
aprendíamos ( Margarita está linda la mar…….Con cien cañones por banda, viento
en popa a toda vela……”mamá yo quiero ser payaso”. Famosa frase que se hizo
popular por la incorrección de la actriz, que no hubo forma de enseñarla a
decir payaso ) Con los que teníamos tanto éxito entre los
niños del barrio. ¡Llenábamos el aforo de nuestro patio!
Te recuerdo
también en aquellas horas de la siesta en los que con tanta impaciencia
vigilábamos el congelador de nuestro primer frigorífico, para ver si ya estaban
cuajados los helados caseros que tú nos hacías, con aquellos sobrecitos con
olor a vainilla que traía papá del economato de la RENFE.
O las
sesiones de tarde en nuestro primer televisor, primero también en el barrio, donde
todos expectantes veíamos aquellas primeras series televisivas, si las
interferencias nos lo permitían, sentados en el suelo siempre limpio y
escamondado, buscando el frescor, mientras comíamos pipas o chocolate del
Gorriaga. O aquel que traía marcado una máquina de tren, con sabor a chocolate
negro. Que rico me sabía también aquella carne de membrillo que venia en
aquellas cajas de lata, que la abuela usaba después de costurero.
Siempre te
recuerdo trabajando, activa, viva…..repartiendo y dando. No se como tienes
paciencia de estar tan quieta ahora.
Te recuerda
también este frío, que nos obliga a buscar el abrigo, la bata y el pijama con más tomo, el edredón de plumas que tan
poquito te gustaba, porque tú medias el
calor en peso, nada para ti como tus mantas.
Aún recuerdo
que lavar todas las mantas a finales de esta pasada primavera, fue la última tarea doméstica que hicimos
juntas: “esas mantas hay que guardarlas limpias para el próximo invierno”,
decías, sin saber aún que no habría más inviernos para ti y que los nuestros ya
nunca serian los mismos.
Nos
quedamos tú y yo
con la gana de estrenar ropa de camilla, que ya tocaba renovar. Pero no pudo
ser. Lave y planché primorosamente, como harías tú, y de nuevo nos viste el
salón, dando calor a nuestro hogar. Las circunstancias nos obligan a
remendar de viejo, algo que tú
detestabas.
La secadora
despertó de su sueño estival y ya trajina sin parar, a pesar del temor al maldito y siempre temido
recibo de la luz. No quiero pensar que contigo se nos fuera, la calidad de vida
y el bienestar y ando siempre temerosa de los extras, como si no tuviera ya
bastante con tu ausencia. Siempre hiciste posible lo imposible y yo quiero
aprender de tu escuela. La circunstancia familiar y la temida crisis, no nos
pueden hacer zozobrar y quito de allí y pongo de allá, para que no nos falte,
como siempre decías: “el calor de un buen
brasero, ni una buena ducha, ropa
limpia y por supuesto que siempre estén calientes nuestros
estómagos”.